Colgada de la soga
de una tarde helada
serpentea tu camisa.
Un rayo de luz le tiñe el bolsillo
de un azul más claro.
Leve elevarse de gasas sin ansias.
Las bandadas que imitaban
las velas abiertas del pólem
cuando recién zarpaba,
volaron dejando huecos
por donde adivinar sus ecos casi extintos.
Agua quieta de un lago de artificio.
Ecos casi presa de un principio de olvido.
Es el fin, dicen las flores
desde el humus para otras flores.
Tenues grafismos morados de trayectorias inciertas
yacen en blancas regiones,
caminos húmedos de los que se evapora el aliento.
Besos obsoletos.
Lento enmohecerse de los parques en las fotos.
Desenredo un hilo
de aguaceros concéntricos,
ovillo que apareció
regado por el suelo de un sueño
donde anidaban montones de camisas azules
Y el cuello de una entre mi nariz y las manos.
Voces en el pasillo de al lado, voces sin cara.
Y las noches
desenredan cintas de canciones
que siguen el curso de las gotas
escurridas con fuerza de aquel ovillo.
Tengo un dolor de hielo
quemándome el borde de los dedos.
Golpe de lavatorio en la mañana del invierno.
Mientras tu camisa se mece
Al viento de una tarde de acero
Camino,
todavía en otro poema,
tratando de recordar el olor de algún sueño.
Exhalación de bisturí en la cima de la espalda.
Campanas violetas de una enredadera
Se desprenden del alambrado de mi costado,
tocando las últimas notas de mi ensueño.
Y se vuelven a prender de mis costillas,
Burbujeando al tiempo que se apagan.
Tren que se ahoga en un mar de perros.
Por las paredes empapeladas de mis pulmones
Respiro las palabras
que entraron para irse pronto en hojas que amarillean.
Entrecierro los ojos buscando no sé qué cosa.
¿Cómo era que empezaba la canción?
Libros que no voy a leer abrazados por el polvo.
Las flores se nutren del humus que otras dejan.
Ya no habrá día más triste que éste,
porque tu nombre devolví a millones de extraños.
Un trapo azulino ha ganado manchas,
quizá en un patio desconocido.
Irreversible olvido de lo que en el vidrio empañado.