Amo a la mujer lánguida
de cabello rojo cayendo lluvioso
por las mejillas blancas,
con su voz de papel
crujiendo en el alambrado,
brazos de amapola mecida
por las abejas
zumbido en off de siniestro perfume.
Amo al poeta del tabique partido,
pómulo punzado
por el hierro implacable
de un dueño de las risas,
parpadeo del neón
escupido en los oídos de las urbes.
Los amo a los dos,
que nunca se darán cita
en la taberna sepia, en el gris café.
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