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lunes, 6 de mayo de 2013

189.


Tenía la mirada perdida.

Hace tres años, una noche, había salido a buscar el sentido de la vida.
Encontrarlo fue tan sencillo y natural que no se dio cuenta todo lo que implicaba.
Después del beso, de la cama, había perdido la mirada.

Durante mucho tiempo la situación no fue ningún problema. La gente que se cruzaba le hacía notar su carencia, pero Ariel contestaba que a cambio había conseguido algo mucho mejor. Estar enamorado también incluye tener la mirada perdida.

Pero ahora el amor ya no estaba, y el vacío restante era tan evidente que había que hacer algo.

Otra noche, después de tres años, había salido sin compañia, deseando con el poco corazón que le quedaba que no tener ningun plan para salir a flote sea el camino correcto.
Ya sin ganas de caminar bajo los tilos se sentó a pensar un plan y se acordó de aquello.
Ahora buscaba su mirada perdida entre los edificios, quizás detrás de ellos todavía existe el horizonte.

Con su cara a la altura de las fantasías, la brisa le llamó a los ojos.
Cuando los abrió vio mil cuerpitos marrones bailando en la calle.
Fue sencillo y natural: las hojas caídas de las ramas de su cuerpo le dijeron que la felicidad también es una cuestion de actitud.


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