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miércoles, 30 de julio de 2014

197. Visto en la noche


Le dijiste hijo de puta al gendarme más hijo de puta de la estación de Temperley, un martes a las 22, mientras esperabas que llegue el tren para volver a tu casa. Se lo dijiste porque no soportas verlos ahí, ¿Qué frontera cuidan en las estaciones de trenes? Odias que ostenten ese poder que tienen colgado, como un par de ojos con licencia para juzgar. Se lo dijiste porque estás harto de que el orden se construya sobre el miedo, de que damas y caballeros se sientan protegidos por un hombre entrenado para matar. Pero sobre todo se lo dijiste porque ya no soportabas ver al otro, al anónimo, esperando con las piernas abiertas, de espaldas, entre espasmos de terror la primer patada en los tobillos.
Cuando se lo dijiste se multiplicaron las miradas de los pasajeros, que ya no pudieron hacer oídos sordos. Hubieran preferido que todo se resolviera como siempre: Un castigo al anónimo, que seguro algo habrá hecho. Pero ahora, frente a esta situación aparecieron diferentes finales posibles. Sin embargo todos tuvieron la misma incertidumbre: ¿Por qué? ¿Por qué tuviste que hablar por ese pobre tipo?
También todos tuvieron la misma certeza: Vos sí, Vos sí hiciste algo.
Así que todos asistieron con interés al espectáculo de la ley cruda impuesta por partida doble, en vivo y en directo. ¡Y sin cortes!
Hubo quien mirándolos pensó.
— ¡Mejor que en la tele!

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